Hacia la Tierra Prometida

15 de agosto de 2020

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Sal 125, 3).

Hoy se cumplen 40 años del día en que el P. Alberto María, nuestro fundador, llegó a la ciudad de Alicante, y comenzó un camino, una nueva experiencia eclesial; para nosotros significa un lugar, una familia, una vocación concreta en la Iglesia.

Hoy se cumplen 40 años del momento en que, en aquella primera casa ubicada en la calle Torres Quevedo de la ciudad de Alicante, el P. Alberto María se arrodilló ante el Señor y le preguntó: «Señor, ¿qué quieres que haga?», y escuchó en su corazón estas palabras: «Tú ocúpate en «estar», que yo te enviaré a las personas a las que quiero que sirvas».

Estas palabras han iluminado todo nuestro camino, porque nos indican la actitud que debemos tener en nuestro servicio a Dios. «Ocúpate en estar»; sí, en Su presencia, de manera orante y confiada, con una esperanza activa; porque no esperamos «ociosos» a las personas a las que debemos de servir, sino en una espera orante, arrodillados ante el Señor, entregando nuestra vida cada día al servicio del Señor.

A lo largo de estos 40 años de historia ha habido experiencias de todos los colores; ha habido errores y aciertos; y ciertamente hemos aprendido más de los errores, hemos aprendido en el sufrimiento, en el fracaso, buscando siempre la voluntad de Dios; hemos gozado con los numerosos signos de la Providencia de Dios, de Su presencia en nuestras vidas. Signos que, como bien nos enseñó el Padre Alberto, debíamos guardar en nuestro corazón, como María, para los tiempos en que no fuera tan patente la presencia de Dios; también hemos experimentado el abrazo de la Iglesia en numerosas ocasiones, su cercanía y su cuidado.

Un número incontable de personas ha pasado por nuestros monasterios; unos han permanecido, otros han seguido su camino tras llevarse lo que el Señor tenía reservado entregarles en nuestras casas; y unos pocos han llegado ya a su destino definitivo, a los pies del Señor, en el Paraíso. Entre ellos naturalmente el P. Alberto María, el primer monje de la Paz, la persona que escuchó la llamada primera, y nos trasmitió una manera de vivir desde el amor de Dios. Su legado espiritual, “por el amor de Dios amad al Señor”, nos empuja a responder con amor al Amor.

 

Cruza el Jordán

Cumplimos 40 años de fundación, los mismos que duró el recorrido de Israel por el desierto; a la luz de la historia del Pueblo elegido descubrimos que el Señor también nos sacó de nuestro “Egipto” para liberarnos de nuestras esclavitudes, nos dio una Ley —una “regla de vida”— y nos ha conducido e instruido a lo largo del camino hasta las puertas de la “tierra prometida”. Y hoy, como a Josué, nos dice: «No te desvíes a derecha ni a izquierda, no tengas miedo ni te acobardes, que contigo está el Señor; pasaréis el Jordán, para ir a tomar posesión de la tierra que el Señor, vuestro Dios, os da en propiedad» (cfr. Josué 1).

Es como si nos dijera: “Al otro lado encontraréis ciudades que conquistar para el Reino de Dios, personas a las que mostrar el rostro del Señor, un mundo que no conoce a Dios; no os contaminéis con las “idolatrías” que el mundo os ofrece, sino edificad un templo en vuestro corazón, cada uno y en comunidad, para que los que no conocen el Nombre de Dios puedan ver la gloria del Señor y se arrodillen a sus pies”.

En este tiempo de increencia, de fomento del individualismo y el materialismo, el Señor nos alienta: “Os he formado para esto, para ofrecer a los hombres un pedazo de cielo donde reencontrarse con Dios, un rincón de paraíso que ayude a los hombres a mirar a Cristo, como modelo a imitar, y reencuentren así el sentido de sus vidas”.

 

Nuestro hoy es nuestro futuro

Durante este Año especial de acción de gracias, cada mes hemos orado por uno de los elementos fundamentales de nuestro carisma; cada elemento es como una pieza de un puzle que, hoy, y unidas por el amor de Dios, uniéndolas con su Amor, nos permite contemplar la obra completa como lo que es: un estilo propio de vida.

Mirando hoy el mundo que nos rodea, donde el ser humano ha perdido de vista su horizonte, donde el amor se desvirtúa, la esperanza se pierde, y la fe en Dios ha quedado sustituida por miles de “estatuas” sin vida, llega a mi corazón el convencimiento de que el Señor nos hizo nacer hace 40 años pensando en el día presente; nos ha conformado como una pequeña comunidad, una familia donde el Amor de Dios quede patente, visible, palpable; para dar Esperanza al hombre sin rumbo, y ayudar a la humanidad a reencontrar la Fe en Dios perdida, olvidada o no conocida.

Un año de acción de gracias termina, pero se abre ante nosotros un presente, una misión: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 19). Nosotros, con nuestra manera concreta de hacer vida la Palabra de Dios, debemos ser testigos de su Amor, para llevar a los hombres a la Fe, transmitiéndoles Esperanza en un mundo “con Dios”.

¿Un mundo sin Dios? ¡Como si eso fuera posible!

Ya sabemos todos que la sociedad en que vivimos nos alienta hacia el materialismo, la dispersión, el consumismo, se nos invita constantemente a la evasión para no afrontar nuestra realidad interior. ¡Un mundo sin Dios!

Nuestro cuerpo siente hambre, sed, cansancio, y si no damos respuesta a estas necesidades, nuestro cuerpo se deteriora, e incluso puede llegar a la muerte. También podemos saciar nuestra hambre o nuestra sed con sustitutivos incompletos; en vez de beber agua, tan necesaria para nuestro cuerpo, podemos pensar que son suficientes los refrescos, cervezas o similares; en vez de comida sana y variada, podemos llenar nuestro estómago con productos de baja calidad proteica, comida poco variada o comida “basura”; en vez de dormir lo necesario, podemos suplir nuestro descanso con energéticos. Parecerá que todo va bien de momento, pero con el tiempo nuestra salud irá deteriorándose sin darnos cuenta.

En nuestra parte espiritual pasa lo mismo. Tenemos necesidad de cuidar nuestro espíritu, de alimentarlo con la lectura de las Escrituras, Sacramentos, oración personal. Pero si apagamos nuestras necesidades espirituales con sustitutivos engañosos, puede parecer que llenamos este vacío, estas necesidades, pero la realidad es que nuestro espíritu se enfría y se aleja del «Dios Amor» que sí que puede llenarnos. Se nos seduce con ideas como: «tú eres el centro», «Dios te ha abandonado», «Jesús solo era un buen hombre fracasado», «la Iglesia está corrompida». Y se nos invita a pensar: «¿para que perder tiempo en lo que no podemos ver? ¡Vivamos el presente, disfrutemos de la vida!”

Es cierto, las realidades espirituales son invisibles a los ojos. No podemos verlas, como no vemos la electricidad ni las ondas telefónicas; no vemos el viento; no vemos a Dios. En realidad, solo percibimos una mínima parte de toda la realidad; vemos lo que queremos ver, o vemos «lo que nos dicen que debemos ver».

Pero la realidad es que somos libres para ver, libres para creer, libres para buscar la Verdad. Dios permanece a nuestro lado, esperándonos siempre. También es cierto que en ocasiones nos alejamos de nuestra realidad creada por Dios, y actuamos por “interés”: solo buscamos al Señor cuando nos interesa, cuando tenemos una necesidad.

  • ¿Tenemos alguien enfermo, o buscamos trabajo, o no me llega a fin de mes?: “¡Señor, ayúdame!”
  • ¿Nos acecha el Covid-19?: “¡Señor, protégeme!”
  • O como los apóstoles en la barca en medio de la tempestad: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”

Y mientras suplicamos, mantenemos una vida de miedo y desconfianza encubiertos. Rezamos, pero, verdaderamente, no confiamos en Dios, aunque seguro que afirmamos rotundamente: “tengo fe».

Mientras le pedimos incansablemente en medio de nuestro miedo, resulta que Él está, ha estado todo este tiempo a nuestro lado, nunca se ha separado de nosotros. ¿Un mundo sin Dios? ¿Acaso podríamos alejarlo de nosotros? No, no es posible, porque Él no se va, somos nosotros los que no lo vemos, los que dejamos de orar, de confiar, de ponernos en sus manos; somos nosotros los que cerramos los canales de comunicación con Él, le «colgamos el teléfono». Haciendo uso de nuestra libertad, le cerramos la puerta.

Nuestro anhelo de Dios se apaga, y después nos preguntamos: “¿qué me pasa? ¿dónde está Dios justo en este momento cuando más lo necesito?”. Pregúntate mejor: ¿en qué quiebro del camino me olvidé de Él?

Muchos dicen que Dios no existe, y quieren vivir en un mundo sin Dios. Pienso que son bastante ingenuos. Dios existe, mejor dicho, Dios ES, independientemente de lo que creamos o pensemos; no vayamos a pensar que nosotros somos importantes a la hora de dilucidar sobre su existencia o no existencia. No pensemos que tenemos que darle permiso para SER. Él es quien nos ha creado a nosotros. Nuestra fe en Él no le hace existir; y nuestra increencia no le hace desaparecer.

Dios nos ha creado libres para amar, libres para creer. La manera que usemos esa libertad es lo que nos llevará a vivir una realidad diferente, confiados en Él, felices a su lado, como hijos amados de Dios, abrazados a Él, que nos amó primero. Seremos diferentes, viviremos diferentes.

¿Un mundo sin Dios? No es posible. ¿Una vida sin Dios? Puedes optar por ella. ¿Una vida con Dios? Nos permitirá vivir la vida sin miedo, en la plenitud del Amor, y nos guiará en esta tarea tan importante de construir un Reino de Paz en medio de este “mundo con Dios”.