Las “mil” palabras que viven en la imagen

Esta semana nos hemos detenido un instante a “conversar” con nuestro propio logo, a escuchar brevemente las “mil” palabras que contiene.

«Una imagen vale más que mil palabras» es un adagio en varios idiomas​ que afirma que una sola imagen fija (o cualquier tipo de representación visual) puede transmitir ideas complejas​ (y a veces, múltiples) o un significado o la esencia de algo de manera más efectiva que una mera descripción verbal.

Se atribuye al dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen: «Mil palabras no dejan la misma impresión profunda que una sola acción».

El uso moderno de la frase generalmente se atribuye a Fred R. Barnard. Barnard escribió esta frase en la revista comercial de publicidad Printers ‘Ink, promoviendo el uso de imágenes en anuncios que aparecían en los costados de los tranvías.​ La edición del 8 de diciembre de 1921 lleva un anuncio titulado «Una mirada vale más que mil palabras».

A pesar de este origen moderno de la frase popular, el sentimiento ha sido expresado por autores anteriores. Por ejemplo, Leonardo da Vinci escribió que un poeta sería «vencido por el sueño y el hambre antes de [poder] describir con palabras lo que un pintor puede [representar] en un instante».

Queríamos tocar de forma escueta las raíces de esta popular expresión (con información de Wikipedia), para añadirle humildemente nuestra propia experiencia. Y es muy sencilla: la imagen y las “mil” palabras pueden convivir perfectamente, y ayudarse mutuamente a comunicar su único mensaje.

Hace poco estrenábamos el “logo” de nuestro proyecto evangelizador «Ciudad de la Paz». Es momento de mirarlo con detención para descubrir juntos la información que contiene y destila. De las “mil” palabras, algunas son semillas de la imagen, están en su génesis; otras son fruto de contemplarla con calma después de diseñada. Pero unas y otras responden a nuestro empeño por comunicar paz, la Paz del Señor, de la que nos gozamos en ser servidores. Vamos allá:

«Ciudad de la Paz» es es, a la vez, un lugar físico y un camino espiritual.

En medio del mundo, en concreto en medio de la ciudad, representada por los edificios agrupados en círculo, el lugar físico de «Ciudad de la Paz» está formado por nuestros monasterios y por los hogares de los colaboradores —ya sean hermanos laicos o amigos de la comunidad— que ofrecen al Señor su tiempo y corazón para la evangelización a través de los medios. He ahí la semilla. El fruto, al mirar por segunda vez la imagen que hemos elaborado, es reconocer esos hogares en las casas “bajitas” rojas y azules.

Trabajamos en equipo, “en Iglesia”, con un sentido netamente monástico de la colegialidad: por una parte, discernimos el “día a día” en equipo; y, por otra, cada uno de nosotros está presente en la labor de los demás, orando por el trabajo o trabajando asistidos por la oración de los otros. Por eso los edificios están juntos.

El nombre, inserto en la “señal de tráfico”, expresa a la vez llegada y camino. Dicho en términos digitales, «Ciudad de la Paz» es ya una realidad, pero que está “en construcción” como el propio blog en el que estamos reunidos en este momento. Su realidad es estar, precisamente, en construcción, en maduración constante. Así es la vida del cristiano.

El signo indicador de autopista en medio de la señal sugiere en segunda lectura un puente, que une la ciudad con la Paz. Tal es la vocación de nuestros monasterios y hogares: un lugar apacible para el peregrino que se asoma presencial o digitalmente a nuestra puerta.

Los auriculares y el micrófono están “involucrados” en el nombre, sobre todo en la “C” de Ciudad, porque forman parte de la misión de «Ciudad de la Paz». En concreto hacen presentes las palabras de Santo Domingo de Guzmán, uno de nuestros santos intercesores: “Contemplad a Dios, y lo contemplado llevadlo a los hombres”. En nuestro caso, los cascos auriculares representan la oración, que nos permite escuchar a Aquel a quien contemplamos, y comunicar Su Palabra a través de los medios. Por eso ambos elementos —auriculares y micrófono— aparecen conectados entre sí. Ambos son blancos, porque nuestra labor está convocada y asistida por el Espíritu en la misión de anunciar a Cristo resucitado. Es el color de nuestras cogullas monásticas. Es el color de la Pascua.

El centro de gravedad de toda la imagen es el Espíritu Santo —en forma de paloma blanca—, que sostiene con nosotros la ramita de olivo que parece emerger del micrófono. En realidad la obra es de Dios, Él es el autor de la Paz. Él ha plantado el olivo en nuestros corazones, equipos técnicos, audios y vídeos.

El Señor cuida de Su pequeña comunidad y sostiene la voz de Sus pequeños servidores de la Paz.