Esta pregunta parece que tiene trampa ¿verdad?. Una cosa es llevar una vida normal, con una jornada laboral de 8 horas, tiempo para descansar, para comer, para las tareas normales de cada día, y hacerme después esa pregunta para las horas que restan en el día, o los tiempos de descanso en el fin de semana. Solemos adoptar una actitud de dejadez en ese tiempo libre, porque lo que más nos apetece, después del cansancio semanal por el trabajo, es dejarnos caer en un sillón, solos o junto a nuestro seres queridos, y dejar correr el tiempo sin pensar en nada, viendo algún programa de televisión, navegando por Internet o jugando horas interminables en algún videojuego, crucigrama, o similar.
Solemos desaprovechar, perder ese tiempo tan preciado, por falta de iniciativas, intereses y creatividad. Y si el trabajo que realizamos lo asumimos solo como un instrumento de sustento, que no nos llena ni nos enriquece humanamente, al final del día podemos llegar a decir «¡esto no es vivir!».
Nuestro trabajo no nos llena, es una carga, el ocio lo perdemos; ¿consecuencia?: intentamos evadirnos, para olvidar que nuestra vida no tiene una ruta, un sentido. En cierto sentido «perdemos la vida».
En la circunstancia que estamos viviendo hoy, con la obligatoriedad de confinarnos en nuestros hogares a causa del Covid-19, resulta que «mi tiempo libre» es «todo el tiempo», que la dejadez que antes nombrábamos por el cansancio del trabajo, no existe; que nos enfrentamos ante un tiempo sin duración determinada, sin nada que hacer; y, entonces, nos preguntamos ¿como ocupar mi tiempo libre si ese tiempo es «todo el tiempo»?
Ante todo es importante no desesperarse, porque «cada día tiene su propio afán». Enfrentemos cada día por separado, sin pensar que todavía me quedan 10 ó 15 días semejantes.
Pero a la vez, creo que es importante planificarse un horario, una rutina que nos obligue a movernos; pensemos en esas cosas que llevo tanto tiempo queriendo afrontar, ese libro que quiero leer, ese armario que quiero ordenar; tenemos la oportunidad de planificarnos para hacer de este tiempo de prueba un tiempo de crecimiento.
¿Ideas?: puedo enumerar algunas; podemos dedicar ese tiempo para orar, leer, limpiar la casa, ordenar armarios; podemos hacer un curso online de algo que me interese, de cocina, manualidades, idiomas; sé de una persona que tuvo que mantener reposo varias semanas por una pierna rota, y aprovechó para aprender a tocar la guitarra. Ideas puede haber muchas, pero dependen de cada uno, de nuestros gustos, de nuestras ilusiones.
Pero a la hora de aplicarlas, creo que es muy importante marcar un horario, una rutina que nos dé una estabilidad emocional. Ese horario será el dique de contención para que las paredes de nuestra casa no se derrumben sobre nosotros.
Si afrontamos esta oportunidad con coraje e imaginación, estaremos contribuyendo en la construcción de una «Civilización de la paz».
¿Qué estoy haciendo yo?
Cuantas veces pensamos en lo que otros deberían hacer y no hacen, juzgamos las acciones de aquellos que ostentan las responsabilidades en los distintos marcos de la vida y la sociedad. Protestamos, nos quejamos, pedimos responsabilidades.
Pero si nos paramos a pensar, nos damos cuenta de que descuidamos nuestra parcela, nuestro «pequeño jardín»; y cuando regresamos a casa después de habernos pasado el día protestando o manifestándonos por las injusticias y desórdenes, nos encontramos la maleza crecida en nuestro jardín, las flores sin regar, y algunos trastos fuera de sitio. Mientras miramos hacia afuera, no nos ocupamos de lo de dentro.
Y no nos damos cuenta de que, si ordenamos nuestra parcela, se ordena el mundo; si mi vida se desarrolla en la «paz y el amor», podré ser factor de cambio, referente para otros que buscan algo distinto de la vida.
Mi mundo, las personas que me rodean, son mi tarea, mi responsabilidad. Por eso, me pregunto: ¿qué estoy haciendo yo?