La sociedad en la que nos ha tocado vivir se mueve, y nos empuja, hacia una visión material o materialista de la vida, relegando lo espiritual al «ámbito de lo privado». Esto es lo que se ha dado en llamar «políticamente correcto».
Y es cierto que cada persona debe tener libertad para pensar y sentir, libertad para creer; y por ello, somos todos diferentes en nuestra manera de rezar, de expresarnos, de amar. Nuestras diferencias suponen una riqueza para la sociedad, porque aportamos lo que somos, y nos enriquecemos con lo que los demás nos aportan: juntos somos más fuertes y diversos.
Aplicando este principio al ámbito de nuestras «diferencias» en lo que creemos, podríamos pensar que hay tantas “religiones” o maneras de comunicarse con Dios como personas viven en el mundo. Es una conclusión dentro de la lógica humana. Pero este razonamiento puede inducirnos a un error; llegamos a esto al contemplar la religiosidad del hombre, su relación con Dios, desde el mismo hombre; estamos poniendo al ser humano como punto de referencia, como centro del universo: «lo que yo creo es lo que vale», “yo soy el que define quién es Dios”.
Y lo cierto es que el «centro» no puede ser el hombre, sino siempre Dios. Recordemos las palabras que el Señor le dice a Job: «¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Cuéntamelo, si tanto sabes. ¿Quién señaló sus dimensiones (¡seguro que lo sabes!) o le aplicó la cinta de medir?» (Job 38, 4-5). Es muy pretencioso que consideremos siquiera que podemos controlar, juzgar, manipular, utilizar a Dios como un sirviente, como si su Esencia, dependiera de “nuestra definición”. Pensamos que tenemos el control de todo lo que manejamos, y también, por tanto, el control de Dios; y así acabamos viviendo sin darnos cuenta de que creemos lo que queremos creer, cuando la realidad es que Él nos creó porque quiso crearnos.
No, la religión nunca se puede plantear desde el hombre. Y me digo a mí mismo: «¡Qué inútil es plantearse una vida sin Dios!».
Todos creemos.
Muchos piensan: «¿Para qué sirve Dios, la fe, la religión? ¿Acaso ayuda en algo? Solo trae complicaciones y obligaciones, y me impide vivir mi vida como quiero vivirla».
Pero lo cierto es que todos tenemos unas creencias que nos guían, que representan nuestra “estructura”, el esqueleto de nuestro pensamiento, una escala de valores construida a partir de unos principios, y que conforma nuestra vida. Es como en el cuerpo humano; tenemos un esqueleto que nos permite mantenernos de pie. Si nos faltara ese esqueleto, nuestro cuerpo caerá flácido al suelo. Y si nuestros huesos fueran frágiles como el cristal, nuestra vida estaría siempre en riesgo ante cualquier golpe o caída. Tenemos, necesitamos tener algo en que creer.
Unas personas prefieren basar su vida en pensamientos filosóficos; otros adoran a un solo dios: ellos mismos; otros prefieren poner todo el sentido de sus vidas en la tecnología, y viven pendientes de su «pantalla»; otros basan su vida en «tener», ganar dinero. En el fondo todos basamos nuestra vida en unos principios, un fin. Para algunos, es un fin material, caduco, efímero, y para otros, un fin supremo que trasciende al hombre.
El título de este artículo nos lleva a deducir que, para construir el hombre nuevo en nosotros, necesitamos a Dios, no simplemente una filosofía o un fin material. El hombre nuevo nace desde Jesús, que, como ya dijimos hace algún tiempo, es el modelo desde el cual fuimos creados.
Pero basta de teorizar. Más que describir las diversas situaciones, mejor es compartir en estos párrafos mi experiencia personal.
Y entonces, ¿en quién creo yo?
Yo creo en Aquel que me ha dado la vida, que me amó desde el principio, que pensó en mí para entregarme su amor; Él creó el mundo, los planetas, los mares, las montañas, los ríos, los árboles, para darme un lugar donde vivir. No me creó solo, porque sabía que necesito amar y ser amado por persona semejantes a mí que hicieran visible y tangible el amor que me ha regalado. Creo en Jesús, que me mostró el Amor más grande sufriendo una muerte injusta para salvarme y mostrarme el Camino, la Verdad y la Vida. Creo que Él me lo ha dado todo para que yo también lo dé todo por los demás. Creo que Él ha decidido morar en mí llenándome de su Santo Espíritu para completarme y hacerme capaz de Él. Creo que Él vive a mi lado, a nuestro lado, como luz que me guía, como muralla que me protege, como aliento de vida, como descanso del corazón, como consolador y fortaleza; y creo que me espera preparando para mí un lugar en el Paraíso, donde, libre de todas las cargas, pueda pasear junto a Él y junto a los que han llegado antes que yo, gozando de su presencia y de su paz.
Sí, creo. Y mi fe da aliento a mi vida, me permite ser fuerte cuando hay dificultades, me hace sentirme acompañado siempre, porque sé que mora en mí; y me permite mirar al futuro con esperanza, sin miedo, en el anhelo del día en que nunca me separe de Él.
Creo. ¿Y tú? ¿Crees? ¿En quién crees?
Para el camino que he emprendido de dejarme construir, en un hombre nuevo, Necesito si o si de Dios!!!!!!
Necesito de Dios para construir el hombre nuevo